Artículo publicado por la Revista Teatros, No. 18 (mayo 2012)
Laboratorio taller "Los límites de la representación en el actor". Corporación Luna, 2006 (fotografía, Luis Daniel Abril) |
La
construcción del personaje es un proceso creativo que involucra de igual manera
tanto a actores, como directores y dramaturgos. Todos desde su rol se plantean
preguntas muy similares para tratar de dilucidar la esencia de lo que sería
dramáticamente más interesante para la pieza.
Tales
preguntas, naturalmente dependerán de los preceptos estéticos del creador que
corresponden a su bagaje, bien como teatrista empírico o académico. Por más que
en cada proceso creativo tratemos de librarnos de nuestros prejuicios para
emprender un viaje hacia lo desconocido, éstos inevitablemente afloran. Los
creadores somos siempre portadores de una tradición que adquirimos por medio de
referentes de los que muchas veces no somos conscientes. El sentido de
reflexionar alrededor del teatro y sus componentes estéticos, tendría por lo
tanto, la función de adquirir conciencia sobre las herramientas que estamos empleando
para la creación y de este modo, poder decidir de una manera más responsable,
hasta dónde estamos dispuestos a perpetuar la tradición y hasta dónde queremos
romperla, ambas cosas con el fin de darle a nuestro trabajo un sello propio que
haga un aporte verdadero a la creación escénica del momento.
En
búsqueda de este balance entre conservación y ruptura de los referentes que nos
rigen a la hora de construir un personaje, pongo a consideración tres conceptos
que a mi juicio se han convertido en recetas incuestionables para encontrar la
efectividad del personaje en escena. Con esto, no pretendo impugnar dichos
conceptos, sino relativizar su importancia, con el fin de eludir los
esquematismos simplistas que usualmente conducen al dogma, y por ende, a una
fosilización de la creación de personajes, tanto desde la interpretación
actoral, como desde la dirección de actores, y desde el proceso creativo del
dramaturgo.
1.
El personaje
como vector de acción:
Yo
diría que éste es uno de los mitos más poderosos que existen alrededor del
personaje. Desde el primer año de academia, nos enseñaron que al ser el drama
un conflicto producido por una acción, el personaje será indiscutiblemente la
representación de dicha acción en escena. Por lo tanto, la primera pregunta con
la que abordaremos la construcción de un personaje es “¿qué quiere?”. En la
medida en que comprendamos el deseo del personaje, vamos a comprender la
dimensión de la acción dramática que él va a emprender, y por lo tanto podremos
dibujar su desarrollo a lo largo de la trama y de tal manera tener claridad
absoluta sobre su sentido.
No
pretendo negar de ningún modo la gran utilidad de esta pregunta para algunos
casos, pero considero que en ocasiones se le otorga una importancia excesiva en
comparación con otras maneras de aproximarse a la definición de un personaje.
Comprender el deseo de un personaje como elemento significador de su acción
dramática, es sin duda imprescindible si estamos hablando de Ricardo III, Macbeth
o Jean en “Señorita Julia”. Sin embargo, tal pregunta puede desembocar en pura
retórica cuando se trata de personajes como Hamlet, Vladimiro y Estragón,
Blanch o Laura Wingfield.
Prueba
de ello, es que al sol de hoy, ni
críticos, ni actores, ni directores consiguen llegar a un consenso sobre el
objetivo que tiene Hamlet en su tragedia… algunos dicen que se trata de la
consumación de un deseo edípico, otros que se trata de un pacifista que se
niega a cometer la venganza, o de un detective en busca de pruebas, etc. ¿Cómo
es posible entonces que un personaje con un objetivo tan nebuloso, sea uno de
los más inmortales del teatro y la literatura?... ni siquiera tenemos pruebas
contundentes de que Hamlet en verdad desee cumplir con el mandato del alma de
su padre, pero tampoco tenemos suficientes argumentos para apostar que él
quiera definitivamente escapar de tal responsabilidad. Tenemos suficientes
sucesos dramáticos a un lado y al otro para argumentar ambas cosas y por eso
nunca podremos ponernos de acuerdo sobre el patrón que rige la acción de toda
la obra.
"Hamlet, Príncipe de Dinamarca".
Montaje de V año Academia Superior de Artes de Bogotá
Director: Pedro Miguel Rozo, 2011.
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Sin
embargo, del otro lado, hay personajes que tienen decididamente esclarecido
este asunto: Jean en “señorita Julia” desea el poder, lo mismo que Iago en
“Otelo”, lo mismo que Ricardo III. No hay en ninguno de estos personajes duda
alguna sobre lo que desean, y por ende, no hay discrepancia en los análisis
realizados al respecto. Otra cosa es que cada director, actor, o crítico le dé
una interpretación diferente a este poder como objeto del deseo; pero más allá
de eso, que alguien tenga la osadía de decir que Ricardo III no desea la
corona, creo que incurriría en una especulación imperdonable.
Ante
este panorama, mi postulado es que no todos los personajes deben ceñirse a un
mismo esquema de análisis. Entiendo que hacerlo, proporciona cierta seguridad
en el rumbo de la creación, ya sea actoral, dramatúrgica o de puesta en escena.
Pero justamente, tal certeza puede limitar severamente nuestra creatividad, o
lo que es peor, forzar a que un personaje encaje en ciertos parámetros teóricos
en los que quizá no tiene por qué encajar.
Naturalmente
la acción dramática siempre va a ser una pregunta necesaria en la creación de
un personaje, pero tal pregunta puede plantearse de una manera más abierta: en
los personajes que poseen una naturaleza pragmática más acentuada, responder el
“qué quiere el personaje” va a revelar los dispositivos del mismo en cada una
de sus escenas. Sin embargo, hay personajes que tienen un nivel de pragmatismo
inferior, y por lo tanto no se definen a partir de sus acciones, sino de sus
reacciones, de su nivel de irritabilidad frente al entorno, de las evaluaciones
que realiza frente a la situación dramática que vive. Éstos son los que yo
planteo como personajes con una
inclinación más catártica que pragmática.
"Esperando a Godot" de Samuel Beckett
Dirección: Everett Dixon
Grupo "El anhelo del salmón"
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Parte
del dogma de la acción como herramienta imprescindible de análisis dramático en
el personaje, se fundamenta en la necesidad de escapar de la retórica, o de la
interpretación literaria que no le da herramientas concretas al actor para
trabajar en escena. No obstante, si nos
remitimos a la base de la teoría sobre el drama, El Arte Poética de Aristóteles, vamos a encontrar que el autor nos
habla de dos procedimientos dramáticos igualmente importantes: la acción
y el reconocimiento, o como él lo llama literalmente anagnórisis[2].
Todos los personajes están constituidos de ambos procesos, pero algunos como
dije antes, tienen un énfasis más en un lado que en otro, y ello de ninguna
manera comporta una debilidad en la construcción dramática del personaje.
"Hamlet",
por ejemplo, basa su estructura en los reconocimientos que hace de la situación
y en la forma como tales reconocimientos afectan su postura afectiva y
existencial. El actor que no comprende la filigrana con que están construidos
todos estos reconocimientos a lo largo de la trama, no va a conseguir una
aproximación viva del personaje, por más sólida que sea la hipótesis de acción
que le haya implantado al texto, ya que el recorrido de este personaje no está
fundamentado en la acción, sino en el reconocimiento, al tratarse de un
personaje de naturaleza más catártica que pragmática.
Pensar
que la emotividad de un personaje depende de la acción, sería limitarnos a una
teoría conductista y pragmática del comportamiento humano, que deja de lado
otras maneras de comprenderlo igualmente válidas y sobre todo útiles a la hora
de emprender el proceso creativo de un personaje, tales como la teoría
evaluativa de Sartre, el análisis sistémico de Fromm, o la psicología profunda
de Jung, entre muchas otras.
Obviamente,
acercarnos a un sistema deductivo para organizar la secuencia de
reconocimientos de un personaje, resulta más complejo que hacerlo desde la
acción, puesto que Stanislawski y todos sus sucesores, nos han colaborado
bastante en la sistematización del segundo proceso. Sin embargo, ello más que
intimidarnos, pienso que debería desafiarnos a construir esquemas de análisis
nuevos que encajen dentro de los nuevos personajes que estamos creando, y no
someter a estos nuevos personajes a una sistematización que no necesariamente
coincide con su naturaleza dramática interna.
2.
El personaje
como valor moral:
"La Orgía". Escrita y dirigida por Enrique Buenaventura. Teastro Experimental de Cali, 1984 |
Este
segundo mito tiene sus raíces bien fundadas en el teatro dialéctico de Bertolt
Brecht, que por medio de su apropiación a cargo de los maestros Santiago García
y Enrique Buenaventura, entre otros representantes del movimiento del Nuevo
Teatro, tomaron una influencia capital en los creadores escénicos colombianos.
El
teatro dialéctico, como su nombre lo indica, plantea la contraposición de una
tésis con una antítesis, para llegar a una síntesis, que tiene como objetivo
politizar al espectador al instarlo a tomar una posición moral clara respecto a
los personajes. Ahora bien, para llegar a una construcción de este tipo, es
necesario interpretar el drama desde el modelo actancial de Greimas, quien
define al personaje como la “sustitución mimética de una conciencia”[3].
Ya
con esto, quedan expuestos los pilares que sostienen el mito de que el
personaje corresponde siempre a una unidad de valor, es decir, que por ejemplo,
el fantasma de Hamlet es la representación de la justicia, en tanto que Claudio
sería la representación de la impunidad, Laertes la representación de la fuerza
popular, etc. Para Greimas, y al mismo tiempo para Brecht, el nivel profundo de análisis de los
personajes en un drama, siempre redundará en comprender cuáles son los valores
que éstos representan y la forma como tales valores entran en conflicto.
Sería
bastante reduccionista el afirmar que el teatro dialéctico y el modelo de
Greimas son anacrónicos para el momento que vive la escena actual. Pero asimismo, sería
reduccionista también afirmar que este esquema sea la única manera de
acercarnos a una comprensión de los personajes en su funcionamiento estructural,
situación que en el arte dramático colombiano se ha vuelto particularmente recurrente
y que trae como consecuencia una tendencia al maniqueísmo en la elaboración de
los personajes, tanto desde su creación dramatúrgica, como desde su
interpretación actoral y de dirección; se trata de personajes que encarnan
transparentemente los valores considerados como correctos por el autor, y
personajes que a su vez, representan los valores que el autor rechaza
moralmente en su totalidad.
Vale
la pena, creo, examinar otras posibilidades de leer moralmente a los
personajes: el punto de vista moral no siempre tiene que ser una categoría
estable, para empezar. Lo que hasta cierto punto de la obra representa la
justicia, desde otro punto puede empezar a representar corrupción, el personaje
que representa a la inocencia en un punto de la pieza puede transformarse y
representar la perversidad. Justamente el mito del modelo actancial de Greimas,
nos ha llevado a pensar que si el personaje no tiene una representación estable
de un valor moral dentro del sistema sémico, su función dramática no quedará
establecida, cuando la realidad es que hay muchos otros modelos de organización
estructural, como el del personaje desde el suministro de información para el
espectador (lo que Sanchis llamaría la “dramaturgia de la recepción”[4]), o como el personaje como
dispositivo para el funcionamiento de un juego, como lo plantea Javier Daulte[5], etc.
Otro
de mis postulados en aras de desvelar este mito de la síntesis moral como dogma,
tiene que ver con la complejización del punto de vista que el autor, el actor,
o el director impone sobre sus personajes: si como creador parto del hecho de
que el personaje está completamente equivocado, o completamente en lo cierto
respecto al asunto central de la obra, la obviedad de su construcción va a ser
insoslayable. Si por el contrario, combino elementos empáticos con elementos
antipáticos en mi relación de creador-personaje, voy a poder desarrollarlo
desde un punto moral menos esquemático, que por momentos tenga mucha cercanía
con mis propios valores morales y por momentos se distancie completamente de
ellos. En la medida en que esta distancia e identificación moral entre creador
y personaje se vuelva imprecisa, temporal y relativa, creo que el personaje se
va a fortalecer en su condición paradójica y contradictoria, que finalmente es
la que revela la condición humana, lo cual en últimas es el objetivo de toda
obra dramática. Como dice Pirandello: “la presunta unidad de nuestro yo no es
otra cosa en el fondo que un agregado temporal, escindible y modificable de
diversos estados de conciencia”[6].
3.
El arco de
transformación del personaje:
En
casi cualquier libro sobre análisis de personajes vamos a encontrar la
definición de la obra dramática como la máquina a través de la cual el personaje
se transforma. Pareciera ser que la contundencia de un personaje se mide por su
grado de transformación. Este mito surge de El
Arte Poética de Aristóteles, en donde se menciona el cambio de fortuna de
lo positivo a lo negativo o viceversa, como el principal motor del drama[7]. Bajo tal precepto, si el
personaje no se transforma, todo el drama habrá sido para nada, puesto que la
única función del mismo es generar una alteración en la condición vital del
protagonista.
Este
concepto tiene pertinencia en una gran cantidad de obras del teatro clásico:
personajes que empiezan como reyes terminan exiliados, parejas que empiezan
como amantes entusiastas, terminan como cadáveres, hombres pusilánimes y
débiles, se convierten en asesinos, y personajes abyectos y marginales, se
redimen en la santidad. Los ejemplos de cada caso serían innumerables. Pero aún
así, muchísimas obras quedarían por fuera de tal clasificación, empezando por
muchos de los dramas de Chéjov en donde los personajes no cambian un ápice, a
pesar de que todo el mundo reclama de ellos un cambio. ¿Cómo se explica
entonces que estos dramas mantengan su contundencia pese a tener personajes con
un nivel de transformación tan precario?
Para
responder esta pregunta, se hace necesario distinguir el paralelo entre la
experiencia del espectador con la experiencia del protagonista, y la manera
como las dos líneas se relacionan, bien sea de una forma mimética o irónica.
Una relación mimética entre el recorrido del espectador, con el recorrido del
personaje, se da cuando hay identidad total en la percepción moral de los
acontecimientos tanto por parte del personaje, como por parte del espectador.
Por ejemplo, en Antígona, la indignación que siente el personaje al verse impedida
de realizar las honras fúnebres a su hermano, es la misma indignación que
siente el espectador de la obra. El espectador presenta una identidad absoluta
con los sentimientos del personaje y se vuelve cómplice secreto de cada
decisión que éste va tomando, por cuanto que el personaje representa un valor
moral con el que el espectador se identifica plenamente.
"El gran cuaderno" de Agota Kristof.
Dirección Katalina Moskowictz
Grupo "La Navaja de Ockham", 2010.
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La
relación irónica se genera cuando el recorrido del personaje se opone al valor
moral del público. Por ejemplo, en una obra como Macbeth, en donde los
protagonistas son justamente los villanos, el material está organizado para que
el espectador repudie cada vez más las acciones del protagonista, de manera tal
que cuando éste llegue a su ruina, el espectador llegará a su victoria: la
derrota del protagonista es el triunfo de los valores del espectador en la
pieza.
Existe una simetría entre la experiencia del espectador y la del
personaje, pero por oposición moral. Sin
embargo, existen dramas que escapan de esta simetría entre espectador y
personaje, y son éstos en donde la inmutabilidad se vuelve un potenciador del
drama. El efecto consiste en negarle al espectador la posibilidad de establecer
una simetría (irónica o mimética) entre su experiencia y la experiencia del
personaje. Tal negación, si es lo suficientemente radical, generará sin duda,
un efecto dramático muy poderoso sin que para ello se requiera una
transformación del personaje. Más aún, en muchas ocasiones el drama se produce
en el espectador justamente porque no se produce en los personajes, tal y como
sucede en la mayoría de las piezas fársicas de Samuel Beckett. El espectador se
siente privado de una experiencia a la que él siente que tiene derecho, que es
la de atestiguar la transformación de un personaje frente a una situación dada,
y justamente dicha privación es la que genera el efecto dramático sin que medie
para ello ningún tipo de arco de transformación en el personaje. Es el público
quien se debe transformar, y para ello podrá valerse de la transformación del
personaje, o de su inmutabilidad. La transformación es simplemente un recurso
más en la construcción dramática, que no un imperativo estético.
"Come and go". Escrita y dirigida por Samuel Beckett, 1966 |
Otra
posibilidad que resulta efectiva para sustituir el aparentemente ineluctable
arco de transformación, es generar la ilusión de cambio en el personaje, para
finalmente mantenerlo tal y como estaba al principio. Tal recurso puede darse,
o bien por el dilema del personaje entre acometer la acción o seguir
imperturbable, o bien por el ocultamiento de cierta información que nos impide
ver la totalidad del personaje, que siempre ha sido exactamente de la misma
manera, sólo que el público no lo sabrá sino hasta cierto momento de la pieza.
Por
ejemplo, si vemos a un hombre desnudo que se levanta de la cama de un burdel, y
al instante vemos que se pone una sotana, habremos percibido un cambio radical
en nuestra percepción del personaje sin que éste se haya transformado en lo
absoluto. Finalmente más allá de que el personaje sufra una transformación o
no, lo realmente clave es que el espectador se transforme. Si para que él lo
haga, se necesita que el personaje lo acompañe paralelamente en su viaje, pues
el personaje se transformará, pero siempre existe la opción de que el
espectador se transforme a partir del movimiento de la trama (que no del
personaje), o a partir de la imposibilidad misma del personaje para cambiar.
Con
estos planteamientos, creo que queda esbozada la pertinencia de revisar
nuestros modelos de análisis dramático a la hora de emprender un proceso
creativo desde cualquiera de los campos del teatro, en particular respecto a la
construcción del personaje. Tal revisión debe a mi juicio, realizarse con la
precisión de un relojero, para no incurrir en la repetición automática de
patrones estéticos, ni tampoco en la arbitrariedad disfrazada de discursos
post-modernos carentes de sustentación conceptual. Justamente, a mayor
relatividad, se requiere mayor precisión en el establecimiento de parámetros,
puesto que de lo contrario, estaríamos resistiéndonos contra una tradición estética
sin realmente proponer categorías de apropiación nuevas que la sustituyan.
Referencias:
Aristóteles, El
Arte Poética. Ediciones
Istmo S.A.. España, 2002.
Daulte, Javier. Compromiso, el juego y el procedimiento. http://es.scribd.com/doc/85837995/Juego-y-so-Las-Tres-Partes-JAVIER-DAULTE
Pavis, Patrice. Diccionario
del teatro. Ediciones
Paidós Ibérica S.A.. España, 1998.
Pirandello, Luigui, El
Humorismo. Editorial “El Libro”. Buenos Aires, 1946.
Sanchis Sinisterra, José. La escena sin límites. Ñaque editorial.
España, 2002.
[1] Maestro en
Artes Escénicas con énfasis en Dirección de la Academia Superior de Artes de
Bogotá, ASAB y director fundador de la Corporación Luna, agrupación dentro de
la cual ha llevado a escena la mayor parte de su trabajo dramatúrgico, bajo su
propia dirección y algunas veces también con su participación actoral. Fue uno
de los gestores de la Red Nacional de Dramaturgia Colombiana en convenio con la
Dirección de Artes del Ministerio de Cultura, y se ha desempeñado como docente
de dramaturgia en diferentes universidades de Bogotá.
[2] Aristóteles, El Arte Poética.
Ediciones Istmo S.A.. España, 2002.
[3] Pavis, Patrice. Diccionario
del teatro. Ediciones Paidós Ibérica S.A.. España, 1998.
[4] Sanchis Sinisterra, José. La
escena sin límites. Ñaque editorial. España, 2002.
[5] Daulte, Javier. Compromiso,
el juego y el procedimiento. http://es.scribd.com/doc/85837995/Juego-y-so-Las-Tres-Partes-JAVIER-DAULTE
[7] Aristóteles, ibid.
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