Marco teórico del laboratorio taller dictado en la sala Mallarino del Teatro Colón de Bogotá, 2006
Me gusta entender el teatro como un medio de comunicación. Hago esta
aclaración antes que todas, porque ahora la posmodernidad ha puesto en crisis
el concepto, bajo la errónea asociación de comunicación con monosemia.
Aclaremos: El hecho de que la expresión artística parta de experiencias
subjetivas no quiere decir que no exista una intención de codificar esta
subjetividad para hacerla inteligible a un receptor bajo un esquema de
convención lingüística. Asimismo, este fenómeno comunicativo no impide que el
teatro pierda su condición polisémica, es decir, su posibilidad de remitir a
varios sentidos simultáneamente, aún cuando exista un margen de significado que
es compartido por el colectivo que conforma su exhibición (artistas y público).
En este sentido, mi enfoque hacia el trabajo se encuentra a caballo
entre dos corrientes que sólo comparto parcialmente: Por un lado, me resisto a la
restricción del teatro a cierto tipo de recetas y paradigmas estéticos que
ardua y arbitrariamente son protegidos por los académicos como verdades
absolutas (géneros dramáticos, estructura aristotélica, manejo de conflicto,
fidelidad con la "esencia" del autor, etc.). Pero igualmente
desconfío de la tendencia “posmoderna” de considerar la comunicación en el
arte como algo caduco, conllevando así a un teatro que se limita a explorar
sobre su lenguaje, desconociendo totalmente el marco temático y socio-cultural
que valida la pertinencia y el uso del mismo.
Personalmente considero que el problema de la verdad y de la estética es
un asunto de contexto. Toda concepción estética y teatral tiene a mi modo de
ver, que ser validada dentro de un contexto de significados y significantes que
den fe de la coherencia del procedimiento artístico a los ojos del espectador.
Por ejemplo, para montar una obra de carácter naturalista, no basta con seguir
las instrucciones de Stanislawski al pie de la letra, ni con empaparse de la
estética del teatro Chejoviano. Para mí este tipo de investigación, si bien
valioso e importante, no traspasa el nivel arqueológico de la estética
naturalista porque no está inserto dentro del marco socio-cultural en el que
esta representación teatral va a ser realizada, y sin este hecho, para mí, la
obra pierde toda su densidad, pertinencia, y honestidad.
Como director de escena yo puedo decidir que quiero hacer teatro
naturalista tal y como yo pienso que lo hizo Stanislawski (nunca podremos saber
realmente si esto que yo pienso era la "esencia" Stanislaswkiana),
como una opción motivada por una nostalgia de una experiencia estética que ya
ha desaparecido hoy en día. Esto conllevará a unas consecuencias muy diferentes
a las de otro director que puede optar por hacer un teatro naturalista como una
necesidad de representar miméticamente el mundo que lo rodea. En el primer
caso, por ejemplo, sería completamente coherente vestir a los personajes como
en la Rusia de
comienzos del siglo XX, en tanto que para el segundo caso esto sería
completamente contradictorio con el postulado estético planteado, por cuanto
que dichos atuendos no son realmente una mímesis de nuestra realidad
contemporánea. En esta vía es que me parece importante reivindicar el acto
comunicativo en el teatro, no para llegar a verdades absolutas sobre lo que es
bueno o malo, sino para llegar a una honestidad sobre lo que como artistas
queremos decir.
De otra parte, si algo le podemos agradecer a la posmodernidad es el
haber cuestionado todas las instituciones que en la modernidad parecían
incuestionables: La "esencia" del autor, la "verdad" más
allá del bien y del mal como una esfera platónica perfecta e incorruptible.
Esta liberación del sentido, creo que es lo más fructífero que nos ha llegado
con el teatro contemporáneo, pero también lo que nos ha puesto en nuestra
trampa más peligrosa.
Al ser conscientes de que no hay una verdad absoluta, el valor de
nuestra propia visión adquiere una responsabilidad mucho más grande: antes era
más sencillo entrar a hablar de verdad escénica porque había un dogma que me
respaldaba, una tradición conceptual, mítica y teatral que validaba mi acción.
Ahora, la cosa es a otro precio (y aquí es donde entro a diferir con la
posmodernidad), y es que al no tener una institución sagrada que valide y dé
sentido estético a mi obra, tengo que hacer que la obra lo genere dentro de
ella, y es aquí donde me parece crucial tener claro el contexto. El contexto
que la obra genere por medio de la convención es lo que me va a determinar la
validez o invalidez de ciertos signos. Mi crítica a la posmodernidad es que no
coloca sobre el autor un nivel significativo de responsabilidad sobre su obra,
bajo el pretexto de la subjetividad intransmisible de su contenido.
Contrario a esto, pienso que la crisis de una convención estética
general demanda por parte del artista una construcción más refinada en términos
lingüísticos de su trabajo, para evitar el riesgo de caer en un diálogo de
sordos, o en la farsa del traje nuevo del emperador, que nadie ve, pero que
todo el mundo dice ver por temor a parecer ignorante a los ojos de lo que es
"culto" o "posmoderno", haciendo que la posmodernidad se
instaure entonces como una convención absoluta con el mismo dogmatismo y la
misma arbitrariedad que lo hiciera la modernidad en su momento.
Ahora bien, asumiendo que las verdades son relativas al contexto que las
genera, tenemos entonces que asumir que toda esta disertación sobre la
estética, la modernidad y posmodernidad se limita a la producción escénica
colombiana. Es importante entender que cuando hablo del teatro, me estoy
refiriendo al teatro aquí en Colombia actualmente. Seguramente mis conclusiones
serían muy diferentes si yo estuviera indagando sobre el quehacer teatral en
Inglaterra en donde todavía existe el peso mítico de una tradición ininterrumpida
de varios siglos sobre los hombros de actores, directores y espectadores de
teatro. No me interesa hacer indagaciones en abstracto porque cada vez
desconfío más de las verdades universales. Así pues, en aras de economizar
palabras y malentendidos con generalizaciones que pueden ser peligrosas,
entiéndase que las reflexiones puestas aquí están restringidas al plano del
teatro aquí en Colombia actualmente, en el año 2006.
Retomando el concepto del teatro como un evento comunicativo, tendremos
que llegar a la conclusión de que éste es un portador de mensajes, pero para
definirlo de una forma más concreta, me parece conveniente utilizar el término
de Rubén Schumager, clave para comprender los procesos a desarrollar durante el
taller: La muralla del texto. El texto -según el director argentino-, no es
solamente el material escrito por el dramaturgo, sino algo que va más allá y
que es imposible de traspasar por un teatro que es comprendido como evento
comunicativo. Texto, de acuerdo con este parámetro, sería entonces todo el
material que vehicula sentidos entre espectador y espectáculo. En esta medida,
el teatro gestual, la danza, e incluso la música serían códigos susceptibles de
poseer texto dramático y por ende dramaturgia, pues ésta va mucho más lejos de
la palabra hablada y es entonces concerniente no sólo al dramaturgo, sino a
todos los artistas que participan en la construcción del espectáculo. La
dramaturgia, en consecuencia, no sería otra cosa que el patrón de ordenamiento
del texto dramático que persigue un concepto de unidad en la obra.
Ya habiendo definido las fronteras conceptuales que guiarán nuestra
visión del teatro, entraremos entonces a establecer lo que vamos a entender
como concepto de "representación", que para este ensayo tendrá el mismo
valor de "representación teatral", así que usaremos indistintamente
uno de otro.
No ha sido para nada fácil encontrar palabras que describan el término
de manera convincente, sobre todo porque muchas de las definiciones encontradas
no alcanzan a abarcar la complejidad de lo que es el teatro hoy en día. Por
ejemplo, Tadeous Kowzan en su libro "El Signo y la Representación "
define a ésta última como: "El evento en el que A observa a B, quien
interpreta un personaje". Definir la representación teatral como un evento antes que como
cualquier otra cosa creo que es un aspecto indiscutible de la definición
expuesta. El teatro es un evento, algo que pasa en un tiempo, un espacio y un
cuerpo determinados. El segundo punto que no podemos cuestionar de Kowzan es que
se necesita alguien que observe para que la representación exista, se necesita
al público como condición imprescindible.
Sin embargo, no comparto del todo la acción asignada para este receptor ("observar").
Es cierto que si el público empezara a hablar, o a sentarse en su silla a
dormir durante la representación, o simplemente a mirarla mientras piensa en la
lista del mercado, la representación no podría ocurrir porque no existiría el
acto comunicativo base del hecho teatral. No obstante, encuentro limitado el
verbo "observar" porque restringe el teatro a lo visual, cuando la
puesta en escena es un acto físico que transcurre allí y que se capta con todos
los sentidos del cuerpo. Yo encuentro por esta razón mucho más apropiado el
verbo "presenciar", porque es una acción que implica estar allí, en
el lugar del evento y no en el lugar en el que éste se registra a posteriori, como ocurre con el
audiovisual.
El último punto de la definición resulta fácilmente rebatible porque
para hacer una representación teatral un actor no necesariamente tiene que
"interpretar un personaje", pues el actor puede estar simplemente
interpretando su propia conducta en una situación dada (rol). Tampoco podríamos
decir que el actor tiene que interpretar una historia, porque los directores
posdramáticos han comprobado que el teatro subsiste aún sin contar con una
fábula. Lo que sí parece indiscutible es que el actor realiza una acción, pero
esto ya está implícito dentro de la definición porque ya hemos dicho que se
trata de un evento, y un evento implica una acción. Sin embargo si miramos la
definición de representación teatral como "el evento en el que A percibe a
B", estamos siendo demasiado ambiguos y estamos mezclando en el mismo
concepto, lo que es happening, acción, performance, magia, stand up comedy,
teatro, entre otros.
¿Qué es entonces lo que nos hace falta para obtener una definición
precisa que nos diferencie el teatro de otro tipo de representaciones, pero que
al mismo tiempo no nos limite a cierta tendencia estética?
Tras mucho meditar alrededor de esto y consultar diferentes fuentes
bibliográficas, la definición más simple que pude construir es la
representación como el evento en el que A presencia una acción de B, quien
ficcionaliza algo para A, quien reconoce la naturaleza ficticia del evento.
Entiendo que una definición consiste en reducir una palabra a términos
más simples, pero honestamente no encontré una terminología más sencilla que
pudiera dar fe de lo que es representación sin tergiversar la realidad de esta
actividad en ninguno de sus aspectos. Voy a tratar de explicar más concisamente
el por qué de cada elemento de esta conclusión.
La ficción es un término mucho más amplio que el concepto de personaje o
de historia, puesto que puede subsistir aún sin la presencia de ambas cosas.
Ficcionalizar es crear un mundo posible paralelo a la realidad convencional que
nos rodea. Un actor ficcionaliza cuando hace que un lápiz se vuelva una flor
porque construye una convención nueva que legaliza este tipo de sentido en
cierto contexto. La ficción es una mentira, pero es mucho más que eso: La
mentira no tiene la obligación de ser consecuente consigo misma, la ficción sí.
Yo puedo mentir diciendo que soy un extraterrestre, pero para que esa mentira
se convierta en ficción se requiere de un proceso adicional que va más allá de
emitir el enunciado. La mentira no es un acto responsable; la ficción lo es, y
es por esto que genera una convención propia. La mentira no necesariamente
tiene que suscitar una convención, se puede contradecir en cualquier momento,
la ficción no: Ella sólo se contradice en su relación con la convención real,
pero nunca con ella misma. Cuando la ficción se traiciona a sí misma se
convierte en una mentira simple y entonces el evento de la representación se
termina.
La segunda parte de la definición, cuando hablo del reconocimiento de la
ficción, me parece que es un hecho crucial que Tadeous Kowzan pasa por alto y
que Umberto Eco describe claramente como un contrato con unos límites sémicos claramente establecidos y los cuales determinan para público y actores un inicio y un final nítidamente concertado. Aquí me parece que radica la diferencia entre el discurso semiótico de
la teatralidad con el de otros discursos que implican el acto de representación
como la magia, o la broma (cámara indiscreta, "también caerás", etc.). En éstas
últimas no siempre es claro para el público que está presenciando una ficción:
El mago al no revelar nunca su secreto y al hacer gala de sus dones
sobrenaturales, deja claramente abierta una ambigüedad acerca de la naturaleza
semiótica de este espectáculo. Asimismo, la broma solamente puede volverse
teatral cuando el público la presencia como testigo sin ser víctima de ella.
En esta medida no sería teatral que un grupo de actores decidiera
engañar al público haciéndole creer que son terroristas que se han tomado el
teatro y que de ahora en adelante están secuestrados como rehenes. Aquí no hay
evento teatral, sólo hay una broma (de muy mal gusto, por cierto). No puede
haber acto teatral porque el espectador ha perdido la conciencia de la ficción
y se ha involucrado dentro de una situación en la que él deliberadamente no ha
decidido entrar. No hay una convención teatral clara. El teatro por naturaleza
es un acuerdo entre el espectáculo y el espectador, y en el teatro
contemporáneo sería un pacto que en el que el primero le propone al segundo: Te
invito a presenciar esta ficción. No tienes nada que temer porque todo lo que
vas a ver es mentira, así que luego de esto, podrás salir ileso porque este
espectáculo no va a afectar tu seguridad física ni emocional, aún cuando por
momentos te hagamos creer lo contrario. El pacto queda sellado cuando el espectador dice:
Acepto. Presenciaré este espectáculo con la conciencia de que se trata de una
ficción sin interferir en el desarrollo de la acción hasta que ésta llegue a su
fin.
Lógicamente los términos de este acuerdo varían dependiendo de la época
y el contexto. Muy seguramente otras reglas rigieron este contrato lingüístico
durante el medioevo cuando se representaban los autos sacramentales, o durante
las fiestas báquicas en la antigua Grecia: También muy seguramente este acuerdo
es diferente cuando se hace teatro infantil, pero salvo contadas excepciones,
puedo asegurar que este es el tipo de contrato básico en términos de convención
que se ha establecido entre el público y el espectáculo hoy en día.
Los términos de acuerdo descritos pueden sonar demasiado obvios, pero
realmente no lo son si consideramos que muchos otros medios de comunicación no
tienen este tipo de sinceridad en su relación con el espectador. Prueba de ello
es que muchos actores que interpretan personajes malvados en televisión o cine,
son insultados en la calle por la gente furiosa e indignada, lo cual demuestra
que en estos códigos no existe realmente un discernimiento claro entre la
ficción y la realidad.
Muchas veces como teatristas nos hemos sentido frustrados precisamente
por esta incapacidad que el teatro posee de provocar una ficción que realmente
llegue al límite con la realidad para alcanzar a confundirse con ella, como
ocurre en el caso descrito de la televisión y el cine. Y pienso que muchas
veces, en aras de recuperar esta ilusión, el teatro ha perdido su autenticidad
tratando de copiar códigos de otros formatos para tratar de conseguir el efecto
que otros medios como el audiovisual todavía logran conseguir en términos de
impacto emocional sobre la audiencia.
Estamos entonces frente al teatro como frente a un dinosaurio en vía de
extinción? No si asumimos sin rasgarnos las vestiduras la realidad de que el
teatro ya no es un mito. No si entendemos que precisamente su indiscutible
noción de falsedad puede volverse su arma más fuerte. No si entendemos que la
ilusión es tan sólo una de las muchas maneras con las que podemos divertir y
conmover a nuestro público. No si asumimos que los límites de la representación
teatral son las murallas que tenemos que proteger y no las que debemos
derribar.
Fotografías: Luis Daniel Abril, 2006 |
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