LOS CRÍMENES DEL PRÍNCIPE HAMLET
Pedro Miguel Rozo Flórez
"Hamlet, Príncipe de Dinamarca" Montaje de V año de Artes Escénicas, ASAB, 2012 |
El mito romántico de Hamlet ha
superado la obra homónima de Shakespeare. La figura del príncipe que medita
sobre el sentido de la existencia con una calavera en sus manos, no resulta
ajena a ningún individuo promedio de la sociedad occidental. El romanticismo
hizo lo suyo en el reciclaje de las tragedias clásicas: las propagó por todo
occidente, pero además les otorgó un halo de humanismo progresista que sin duda
ha influenciado la perspectiva desde la cual se ha interpretado el drama desde
el siglo XVI hasta nuestros días. Tal efecto, si bien ha permitido
que la tragedia de Hamlet subsista en nuestra cultura contemporánea más popular,
la ha llevado a una simplificación extrema de su contenido, al haberse vuelto
un rígido palimpsesto en el cual el texto dramático y el discurso romántico que
se ha construido sobre él, se han entremezclado a tal punto, que resulta
complejo distinguir lo uno de lo otro. Considero que el establecimiento de
dicha distinción se vuelve necesario hoy en día, a fin de relativizar la
mitología romántica que se ha construido en torno a este drama, y así
aproximarnos a una lectura más contemporánea del texto y más pertinente al
momento histórico que vivimos en la actualidad.
[1]. Bajo
esta concepción romántica, Hamlet es una suerte de clarividente, con una lucidez sobre la
ética y la moral que le permite desentrañar la corrupción del sistema en el que
habita, y es justamente este nivel de conciencia el que le impide ejecutar la
acción de la venganza. La superioridad moral del personaje comporta una
inferioridad en su madurez emocional para llegar a una coherencia entre
pensamiento y acción[2].
A.C. Bradley define Hamlet como la
tragedia del idealismo moral. Es innegable que esta interpretación
está fundada sobre textos literales de la obra en donde el personaje de Hamlet
admite manifiestamente su situación. Sin embargo, es importante tener en cuenta que
esta mirada parte de una concepción del héroe como un personaje externo a la sociedad,
pero ¿acaso Hamlet no hace parte de esa sociedad en la que él habita? Su
silencio y su pasividad sin duda son los mejores cómplices para preservar la
impunidad en Élsinor, así que la noción de Hamlet como una autoridad moral
superior en un sistema decadente, empieza a perder peso. El hecho de que Hamlet
sea consciente de la degradación moral del reino y no haga nada concreto al
respecto, lo pone incluso en un nivel de moralidad inferior respecto a otros
personajes del drama que tienen al menos el beneficio de la ignorancia[3]. Hamlet, siendo consciente plenamente
de la situación, tiene más responsabilidad moral al respecto, lo que pone en
cuestionamiento el sentido de conmiseración en el que se enmarca esta interpretación
del intelectual impotente, que además, se siente con ínfulas suficientes para
criticar a todos a su alrededor sin ser capaz de reconocer en frente de ellos
su discapacidad moral, que sólo confesará cuando está a solas o con Horacio,
que es el amigo perfecto para un narcisista como Hamlet: con el rango social lo
suficientemente alto para comprender los raciocinios del príncipe, y lo
suficientemente bajo como para no atreverse cuestionar sus acciones.
Ahora bien, ¿podemos afirmar que un
personaje que sólo acepta las críticas de sí mismo, negándose de plano a
someterse al escrutinio de los demás, posee un nivel de conciencia superior?
¿Cómo podría tener tal nivel si ni siquiera es capaz de admitir la inmoralidad
de sus actos en comparación con la inmoralidad con que juzga a las personas de
su entorno? No. Hamlet no es una autoridad moral superior, aún cuando él mismo
lo diga y cuando él mismo genuinamente lo crea. Naturalmente la mitificación de
la intelectualidad de Hamlet parte de una concepción romántica en la cual el
intelectual es un personaje ajeno a la sociedad, con una sensibilidad especial
y exento de responsabilidades terrenales. Hoy en día sabemos que el mito del
intelectual ha caducado: los intelectuales, como cualquier otro ciudadano,
pagan servicios públicos, tienen sistema pensional, salen de vacaciones, se
enferman, en suma, son ciudadanos exactamente iguales a cualquier otro, y por
ende, hacen parte del engranaje social, por más que pretendan sustraerse del
mismo.
La interpretación de un Hamlet como
una mente superior, víctima de una sociedad que no le da la talla, considero
que es una mirada anacrónica del conflicto que si bien nos permite indagar en
los sistemas de corrupción de un Estado, nos restringe a una visión maniquea y
binaria según la cual el individuo y la sociedad siguen siendo categorías
separables, en donde sigue existiendo una mirada pura y objetiva de la
realidad. Por este camino se desaprovecha una lectura irónica y satírica de un
miembro del Estado que se duele de la corrupción del mismo, pero que al mismo tiempo
hace parte de él y quiéralo o no, debe funcionar acorde con sus maquinarias. En
resumidas cuentas, la historia de Hamlet, es la historia de un burócrata.
No obstante, Peter Brook afirma que
Hamlet es un pacifista que se ve instado a hacer justicia y que este dilema es
el que le da vigencia a toda la obra hoy en día[4]. Brook
funda su argumentación diciendo que la misión que el fantasma le pide cumplir a
Hamlet es imposible: “Véngale de su
infame y monstruoso asesinato (…) pero de cualquier forma que realices la
empresa no contamines tu espíritu…”[5]. Sin duda, con esta mirada, Brook le
concede a la obra un nivel de actualidad sobre la noción de justicia muy
interesante, pues plantea una pregunta que no cesan de formularse los gobiernos
mundiales, los grupos subversivos, los paramilitares. ¿Cómo hacer justicia sin contaminar
nuestro espíritu? Según Brook, ese es el dilema que provoca la dolorosa
postergación de la venganza en Hamlet: para hacer justicia me tengo que volver
un asesino, una paradoja que él como pacifista no puede elaborar moralmente.
"Hamlet" de Peter Brook |
Con todo el respeto a la
trayectoria de Peter Brook, debo decir que su interpretación sigue atravesada
por los mitos románticos que se han construido alrededor de Hamlet. No creo que
Hamlet sea un pacifista. No es del todo improbable que un pacifista mate
asaltado por la ira y en un impulso irreflexivo, tal y como Hamlet asesina a
Polonio. Pero me pregunto si un pacifista que se resiste a cometer la venganza
porque no quiere “contaminar su espíritu”, puede ignorar el cadáver y seguir
discutiendo con su madre sin el menor remordimiento. Me pregunto si además, un
pacifista verdadero tiene las agallas para esconder el cadáver del padre de la
mujer que él supuestamente ama, y luego marcharse a Inglaterra bajo las órdenes
de su padrastro, con el fin de eludir su responsabilidad en el crimen, para
terminar allí asesinando a sus dos compañeros de universidad.
Definitivamente un pacifista que
quiere tener limpio su espíritu no se atrevería a tanto. Hamlet no tiene un espíritu
limpio qué preservar. Nunca le ha interesado tenerlo. Su mayor mancha en efecto
es la indiferencia. No hay remordimientos respecto al asesinato de Polonio, ni
tampoco al de Rosencranz y Guildenstern, ni mucho menos respecto al suicidio de
su amada Ofelia, pues su muerte para lo único que le sirve es para comparar su
dolor con Laertes y de este modo demostrar su superioridad moral[6],
que parece ser el superobjetivo del personaje, el cual en el mito romántico se
suele confundir con el superobjetivo del autor.
Lo más paradójico es que en medio
de todo el cinismo psicópata que lleva a Hamlet a volverse asesino, se
encuentra el inquebrantable pudor del mismo por asesinar al culpable de la
muerte de su padre. ¿Cómo es posible que Hamlet sea capaz de asesinar sin
ningún remordimiento a personas cuya culpabilidad no ameritan realmente un
castigo semejante, y en cambio se llene de escrúpulos y de excusas a la hora de
asesinar a quien realmente merece ser asesinado? Hay una respuesta desde el
psicoanálisis que concluye que Hamlet en el fondo envidia el papel de Claudio
porque quisiera consumar un incesto con su madre. De este incesto reprimido
surge la extraña relación de amor-odio que impide a Hamlet consumar su venganza[7].
No obstante, mi teoría apela a un
razonamiento más sencillo que se limita a los hechos que la obra presenta: el
tabú de Hamlet no reside en el asesinato, sino en el magnicidio. Asesinar a
Rosencranz y Guildenstern o a Polonio no tiene mayores implicaciones morales
porque se trata de personas inferiores socialmente a su condición. Pero, ¿de
dónde sacará fuerzas Hamlet, siendo un príncipe, para asesinar a un rey, que es
un rango superior al que él posee? Cuando un ser humano es clasista, se está
condenando a sí mismo, porque al estar convencido de que él es superior a otras
personas, del mismo modo reconoce que existen personas superiores a él. En la
medida en que Hamlet se considera superior en virtud a su título de príncipe,
no puede evitar considerar superior a Claudio en virtud a su título de rey.
Esta es su gran contradicción. Estoy plenamente convencido de que Hamlet no
hubiera tenido ningún reparo en cumplir la venganza de su padre, si el
magnicida hubiera sido un lacayo más del reino; pero Hamlet sabe más que nadie,
que matar un rey es un delito superior que su conciencia no es capaz de cargar,
y es su frustración desesperada por no poder superar este tabú, lo que lo lleva
a desahogar su furia contra las personas de menor rango, para de este modo
percibirse a sí mismo como el héroe que no es.
Por tal motivo es que a su regreso
de Inglaterra, Hamlet no lleva ningún propósito en contra de Claudio: Hamlet
regresa y cuando presencia el funeral de Ofelia tiene un enfrentamiento con
Laertes, que finalmente se dirime con la aceptación a un duelo deportivo que
sirva como lenitivo para limar las asperezas generadas durante las exequias.
Hamlet no tiene otro plan más que jugar esgrima por un rato y luego ir a
descansar. Ha renunciado a la posibilidad de denunciar a Claudio aún teniendo
en sus manos la prueba para hacerlo (el pliego en donde su tío ordenaba a
Inglaterra su inmediata ejecución). ¿Por qué? Pienso que porque ha aceptado su
derrota y no está dispuesto a transgredir el mito del magnicidio, así que ha
preferido callarse y volverse cómplice de la situación fingiendo que no ha
pasado nada. Ya luego, cuando Hamlet descubre que el juego de esgrima se
trataba de una trampa (el florete de Laertes estaba envenenado y sin botón), y
que la reina ha caído muerta por un veneno que iba destinado a él, Hamlet
descubre su gran equivocación al haber servido de cómplice de Claudio. Para
este momento el príncipe decide asesinar a Claudio sabiendo que ya a estas
alturas no tiene nada qué perder, pues de cualquier modo es consciente de que
muy pronto va a morir a causa del florete emponzoñado.
¿Por qué Hamlet asesina a Claudio
en este último momento? Mi hipótesis es que él, que siempre ha buscado
demostrar su superioridad moral sobre todo el mundo, no va a permitir que una
vez muera, pese sobre él la vergüenza de haber dejado invicto al traidor. De
ahí que después de que asesina a Claudio, se dedique inmediatamente a redactar
su testamento con Horacio: Hamlet necesita que Horacio ratifique su nobleza
ante la historia. Hamlet ni siquiera cree que exista un más allá[8], así
que la única manera que tiene de inmortalizarse como un mártir (que es lo que
siempre ha deseado ser), es asegurarse de que Horacio lo deifique con
suficiente verosimilitud, por eso es que no puede permitir que Horacio se
suicide. Sólo un amigo incondicional, inferior socialmente, servil y falto de
criterio como Horacio podría dar al mundo la imagen que Hamlet necesita
proyectar, pues sabe que de no ser así, los hechos hablarán por sí mismos delatando
la innegable complicidad del príncipe frente a los crímenes de su tío[9].
Esta interpretación nos permite
distinguir que la pretensión de mártir que persigue Hamlet, no es directamente
proporcional a una pretensión de Shakespeare por martirizar a su protagonista.
Tal distinción nos permite una reflexión distanciada de la piedad romántica que
genera el anti-héroe desde sus lecturas tradicionales y que nos imponen una
relación implícita en los conceptos de príncipe-nobleza-bondad-dolor, como
condiciones subsecuentes una de la otra.
Sólo despojando al príncipe Hamlet
de su condición de víctima del destino, e imputándole su verdadera
responsabilidad por cada uno de los actos y las omisiones en que incurre,
podremos dilucidar la verdadera tragedia que yace detrás del melodrama del
intelectual incomprendido, la tragedia de la élite arrasando con un pueblo que
ha sido a su vez, cómplice de la corrupción de sus dirigentes. Como lo dice el
mismo Hamlet: “fuerte peligro es para un débil el introducirse entre las puntas
de las espadas de dos fieros y potentes adversarios”[10].
Tal sentencia suscita a mi modo de
ver un sentido trágico mucho más contemporáneo de la pieza, más atado a nuestro
prontuario de impunidad en donde el respeto y la reparación de las víctimas se
determina acorde con el rango social que éstas representan para la hegemonía
del poder, que de cualquier modo siempre será el único invicto, pues aunque
todo el reino muera, siempre llegará un Fortinbrás a ocupar el trono. Pero no
el Fortinbrás salvador al que el mito romántico nos ha acostumbrado interpretar
como el instaurador de la justicia, la paz y un nuevo régimen. Fortinbrás es un
invasor, al igual que su padre, viene de ocupar Polonia y encuentra en el reino
derruido de Dinamarca, su oportunidad perfecta para reclamar los antiguos
títulos que el padre de Hamlet le había ganado al padre de Fortinbrás en
batallas anteriores[11].
Justamente creo que la vigencia de
la tragedia de Hamlet en nuestra contemporaneidad, es que no hay héroes, ni
trascendencia en la comisión de la hybris.
La fatalidad no es por lo tanto una condición del destino, sino una decisión
libre y humana producto de la obsesión por el poder que conlleva a la
autodestrucción en un ciclo interminable de una serpiente mordiendo su propia
cola.
Referencias:
Brook, Peter- Entrevista en video. http://www.youtube.com/watch?v=_MgjX9qw9uI
Goethe, Johann Wolfang von- Wilhelm Meister’s Apprenticeship, 1795, 96. Traducido al ingles por
Eric Blackall, Princeton University Press, 1995.
Leavenworth, Rusell- Interpreting Hamlet. Materials for Analysis. Howard Chandler
Publisher, United States, 1987.
Freud,
Sigmund- La interpretación de los sueños,
1900,901. Colección Obras Completas de Sigmund Freud, Amorrotu Editores. Buenos
Aires, Argentina, 2008.
Shakespeare,
William- Hamlet, Príncipe de Dinamarca.
Acto I, Escena V. Colección Grandes genios de la literatura, Club Internacional
del Libro. España, 1997.
[1] Leavenworth, Rusell- Interpreting Hamlet. Materials for Analysis.
Howard Chandler Publisher, United States, 1987.
[2] Goethe, Johann Wolfang von- Wilhelm Meister’s Apprenticeship, 1795, 96.
Traducido al ingles por Eric Blackall, Princeton University
Press, 1995.
[3] En
la obra de Shakespeare, los únicos que tienen certeza del crimen cometido por
Claudio son Hamlet y Horacio. No hay indicios sobre ningún otro personaje que
tenga esta información.
[4]Brook, Peter- Entrevista en video. http://www.youtube.com/watch?v=_MgjX9qw9uI
[5] Shakespeare, William- Hamlet, Príncipe de Dinamarca. Acto
I, Escena V. Colección Grandes genios de la literatura, Club Internacional del
Libro. España, 1997.
[6]
“Yo amaba a Ofelia; cuarenta mil hermanos que tuviera no podrían con todo su
amor junto, sobrepujar el mío”. Acto V Escena I. Ídem.
[7] Freud, Sigmund- La interpretación de los sueños, 1900,901. Colección Obras
Completas de Sigmund Freud, Amorrotu Editores. Buenos Aires, Argentina, 2008.
[8]
“Lo demás es silencio”, es la frase que dice Hamlet justo antes de morir (Acto
V, escena II).
[9]
“Si eres hombre, dame esa copa, suéltala por Dios te lo pido. Oh, mi buen
Horacio, qué nombre más execrable me sobrevivirá de quedar así las cosas
ignoradas”. Ídem.
[10]
Acto V, escena II. Ídem.
[11] “Rey:…Fortinbrás, el joven, formándose
una idea mezquina de nuestro poder, (…) no ha cesado de importunarnos con
mensajes pidiendo la entrega de aquellos territorios perdidos por su padre y
adquiridos por nuestro valeroso hermano con todas las formalidades de la ley”
(Acto I, escena II). Ídem.